1 - Patrimonio

Nuestro patrimonio de alta artesanía

Desde el 1600, Ginebra ha sido el centro de excelencia para la alta artesanía, y durante todo ese tiempo, Patek Philippe ha apostado por los artesanos y su increíble trabajo.

Patrimonio

Desde que Patek Philippe fue fundada en 1839 ha recurrido a artesanos magistrales para embellecer sus relojes. Esto puede comprobarse hojeando las páginas del primer registro de Patek Philippe que se conserva en los archivos del Patek Philippe Museum, en donde se inscribe cada paso y cada operación llevada a cabo en todos los relojes, desde su creación hasta su entrega.

Comenzó con el grabado

En los primeros tiempos de su asociación en Ginebra, bajo el nombre de Patek, Czapek & Cie (seis años antes de la llegada de Adrien Philippe), Antoine Norbert de Patek y François Czapek, ambos de Polonia y aún sin tener sus propios talleres, comenzaron a comprar relojes y a encargar el grabado a artesanos locales. Los grabados estaban inspirados en la historia de Polonia, lo que naturalmente atrajo a los primeros clientes de Patek y Czapek (que eran polacos).

Poco después llegaron los esmaltes, con interpretaciones de obras maestras de importantes movimientos artísticos, desde el simbolismo al art noveau, y pronto se combinarían con grabado, guilloché y otras técnicas artesanales. Los socios fueron estableciendo gradualmente una galería de retratos de esmalte en miniatura. Lo más notable fue una serie de relojes “reales” dedicados naturalmente a la realeza, que constituía una clientela selecta. Cuando se trataba de relojes de bolsillo, tenían que adornarse. Era impensable ofrecer un reloj saboneta sin ornamentación. 

Ginebra, la capital de la alta artesanía

Ciertamente, había un vínculo único entre los relojeros de Ginebra y sus artesanos. Ya en el siglo XVII, los relojes de Ginebra eran reconocidos como productos de alta calidad, con la reputación de excelencia en la realización y así mismo en la ornamentación de grabados y esmaltes. Estaban considerados como los más bellos y estéticamente sofisticados de Ginebra; en otras regiones la prioridad era producir el mayor número de relojes posible.

Mientras que los artesanos de Inglaterra, Francia y Alemania se especializaron en la precisión de los relojes con varios niveles de complicación, Ginebra estaba a la cabeza en la producción de relojes “artísticos”. La escuela ginebrina de esmaltes fue muy importante en la evolución de la técnica del esmaltado. Promovió la práctica de preparar la base aplicando varias capas de esmalte puro al fuego, a 850o Celsius, y la utilización de exóticos aceites de lavanda, lirio, clavel o sándalo. En el siglo XVIII se inventó la técnica fondant, una aplicación de una o más capas de esmalte transparente que protege las obras en miniatura a la vez que les confiere un brillo singular que causaba gran admiración. 

La edad de oro perdió su esplendor

El siglo XIX fue la edad de oro para los artesanos de Ginebra. Pero pronto comenzó a declinar. En opinión de Philippe Stern (Presidente honorario de Patek Philippe), los más bellos ejemplos de esta tradición de artesanía ginebrina datan en su mayor parte del periodo entre 1820 y 1900. Las marcas comenzaron a dominar el mercado, con diferentes objetivos y una industrialización creciente. La prioridad era entonces fabricar en grandes cantidades. Hasta los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, seguían produciéndose piezas “artísticas”, pero en menor medida. En los años inmediatamente posteriores, estas delicadas artesanías llegaron prácticamente a desaparecer.

La convicción y la tenacidad de Patek Philippe garantizaron la conservación de la alta artesanía. En la segunda mitad del siglo XX, y particularmente desde 1970 a 1980, colapsó el mercado de los relojes ornamentados a mano, y el trabajo de los grabadores, esmaltadores y otros representantes de las antiguas tradiciones no suscitaba demasiado interés en el mundo de la relojería. Uno a uno, los artesanos se vieron forzados a buscar otro tipo de trabajo. Al hacerlo, todos sus conocimientos casi desaparecieron, debido a la falta de interés general. 

El compromiso de la familia Stern

Afortunadamente, Patek Philippe, consciente del riesgo de una pérdida irreparable, continuó encargando obras a estos expertos artesanos, aún sabiendo que sería imposible su venta. Estaban claramente destinadas a languidecer en el almacén de la compañía. Ese era el precio a pagar para salvaguardar estos antiguos oficios magistrales. Ciertamente, estas piezas enriquecerían posteriormente las colecciones que se han convertido en el orgullo del Patek Philippe Museum; pero la familia Stern no podía saber eso entonces, o incluso imaginarse su repercusión, en plena crisis relojera. 

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